Puente de piedra antiguo sobre un río, rodeado de montañas y nubes.

- MIRADAS AL FUTURO -
"Microrrelatos del Renacimiento: episodio X"

VIAJANDO EN EL TIEMPO

Año 2.580 d.C. o el 153 después de la Guerra del Gran Resplandor.


Coordenadas localización objetivo: 42°41′00″N, 2°56′00″W. Asentamiento milenario llamado Miranda de Ebro, al noreste de la provincia de Burgos. Población de 53.124 habitantes en el año 2.426 d.C.


Misión: Localizar y activar el “Laboratorio del Tiempo” en Miranda de Ebro, concebido por el ingeniero y físico Nolan de Saja. Una vez operativo, deberán viajar en el tiempo hasta el año 1.255 d.C. conservando los registros informáticos temporales para reescribir la Historia y salvar al mundo de la destrucción total de la Guerra del Gran Resplandor.


Seddon se detuvo para leer el display del geolocalizador insertado en su brazo izquierdo y confirmar su correcta ubicación.

 
    - ¡Estamos en lo que fue el curso del río Ebro que atravesó la ciudad de nuestros antepasados! ¡Nos hemos guiado de forma correcta! -celebró abrazándose a Ara, su melliza.


    - ¡Entonces, vamos hacia Aquende, el lugar donde el científico mirandés descubrió el transmutador temporal! -determinó ella jovial.


    - Eso es. Ya nos queda poco. ¡Mira, qué bonito era el Puente de Carlos III! -la invitó a hacerlo acercándole el visor de realidad virtual, utilizado en aquel tiempo para recrear el aspecto de las ciudades antes de que el cielo se iluminara por última vez.


Los dos jóvenes científicos reemprendieron su camino siguiendo las indicaciones de los geolocalizadores fabricados antes de la devastación mundial de 2.427 d.C. Lo hicieron tan rápido como les permitieron sus equipos protectores de radicaciones nucleares y la densa capa de cenizas provocada por la lluvia radiactiva.


La Historia les contó que aquel puente fue el nexo de unión entre los barrios de Aquende y Allende, las dos partes en las que se dividía la ciudad. Los primeros núcleos de población nacieron en Aquende, en la margen derecha del río. Con el tiempo, Allende creció de forma vertiginosa tanto en asentamientos de negocios como de viviendas, dejando en un segundo plano a Aquende, que pasó a llamarse Casco Antiguo. Lo peor de todo es que de antiguo pasó a ser viejo, depauperado y decadente.

 
En pleno siglo XXIII, con el mundo sumido en la violencia y el caos, un brillante científico mirandés realizó un descubrimiento que podía cambiar el destino de la humanidad. Quedaban varios años para la Guerra del Gran Resplandor cuando obtuvo la concesión de un importante paquete de ayudas procedente del Gabinete de Crisis Mundial, el epílogo del G8, para implantar un laboratorio secreto. Su objetivo era viajar en el tiempo y reeducar al ser humano en su relación con sus semejantes y la naturaleza para evitar su propia exterminación. 


Coordinado con los ingenieros, arquitectos y físicos más destacados del momento idearon la localización ideal del laboratorio, justo bajo la ubicación que ocupaba el edificio de su ayuntamiento en la Plaza de España. Al objeto de mantener el secreto de su localización se construyó un intrincado sistema de galerías subterráneas por debajo del cauce del río que bañaba la ciudad. Se accedería al mismo por un pórtico bajo el altar de la Iglesia del Espíritu Santo. Se decidieron por ese emplazamiento porque las iglesias se habían convertido entonces en museos del pasado para una población agnóstica que solo creía en el poder de la ciencia. Eran lugares olvidados e intransitados, olvidados por el tiempo.


El GESM, el acrónimo del Grupo de Expertos de Salvación del Mundo, consiguió rápidos avances basados en las investigaciones iniciadas por sus antecesores, llegando a lograr que algunos seres vivos viajaran en el tiempo. Sin embargo, todavía estaba muy lejos la posibilidad de hacerlo para toda la población mundial. Los elegidos por la ciencia no cejaron en su empeño hasta seguir avanzando en su propósito. Faltaban solo unos días para la prueba definitiva cuando en el horizonte empezó a silbar el aliento de la última tormenta. 


El cielo se convirtió en un gran destello blanco para transformarse después en una pavorosa tormenta de fuego. La Guerra del Gran Resplandor lo cubrió todo de silencio y muerte. La potencia nuclear liberada en el medio ambiente había iniciado la cuenta atrás inevitable de la aniquilación global. Más de mil dispositivos nucleares de varios megatones de potencia surcaron el cielo como mensajeros del diablo. La temperatura descendió siete grados hasta provocar un invierno nuclear. La producción agrícola se redujo un 80%. La hambruna se extendió provocando millones de muertes. El holocausto nuclear sería el prefacio del fin de mundo… o tal vez no.


Los científicos que sobrevivieron al holocausto nuclear se guardaron una última carta a la desesperada. Para ello, los últimos reductos de las fuerzas armadas de la ONU adiestraron militarmente a Ara y Seddon con el objetivo de viajar hasta la ciudad de Miranda de Ebro. Lo hicieron a bordo de la NASA X-145, una nave supersónica dotada de escudo antinuclear, desde Sidney a una velocidad media de Mach 24.


Al llegar al punto exacto de extracción la nave autopilotada se detuvo y se abrió la rampa de propulsión. Ara y Seddon activaron sus equipos personales de vuelo. Desde las alturas divisaron el desastre de una ciudad arrasada en la que no existía ni el río que la atravesaba. Guiados por sus navegadores aterrizaron en la ubicación de la Iglesia del Espíritu Santo. Ante ellos, una sima de cincuenta metros de diámetro y más de cien de profundidad que lo había devorado todo a su alrededor. Solo les quedaba la opción de acceso bajo el edificio que albergó el consistorio. Introdujeron las coordenadas exactas y se dirigieron al núcleo del Centro Histórico de la ciudad. Una vez allí, comenzaron con las laboriosas tareas de desescombro. Contaban para ello con dos compresores portátiles de alta presión, que serían capaces de retirar las montañas de cenizas procedentes de las deflagraciones. 


En cuanto el pórtico fue visible, activaron sus cortadoras láser de fibra para quebrar la capa de acero blindado que les separaba de su objetivo. Después de abrir una brecha suficiente para poderse introducir, Ara dispuso sus baterías de emergencia en el sistema de propulsión que les llevaría a descender más de trescientos metros.  


Al llegar a aquel mar de soledad apenas pudieron guiarse en medio del aire ácido y negro como mil noches. Avanzaron lentamente ante la necesidad de limpiar con frecuencia sus visores de cristal orgánico de polímero.


    - Según mis cálculos, la Sala Central de Operaciones estaba a veinte metros de donde nos hallamos, tras esa puerta blindada de acero -detalló Ara observando la pantalla de su geolocalizador. - Antes debemos introducir las baterías nucleares de ion sodio en el alojamiento de energía del sistema. 


Ara extrajo de su mochila el instrumental necesario para conectarla. A los pocos minutos, el “Laboratorio del Tiempo” despertó después de la hecatombe, mostrando el poderío creativo del ser humano cuando sus fines eran la ciencia y el avance.


Seddon esperó a que Ara concluyera los procesos para confirmar que todos los mecanismos funcionaran de forma correcta. Solo después tomó el control. Recordó los tres años invertidos en el aprendizaje sobre las ondas del tiempo y en el adiestramiento sobre aquel artilugio que parecía de ciencia ficción, pero que era más real que nunca en ese momento. 


Intentando que sus temblorosas manos navegaran de forma acertada entre los cientos de interruptores y sensores, siguió el mismo protocolo ensayado hasta la extenuación. Lo había memorizado en su conciencia, convertido ya en algo que formaba parte de él. 


Tras varias horas testeando el sistema y realizando las probaturas necesarias, decidió iniciar el proceso. Era algo vital porque, una vez activado, era imposible detenerlo.


Siguiendo a rajatabla las instrucciones, inició la cuenta atrás después de indicar la fecha exacta de regreso: 9 de mayo del año 1.255 d.C. Activaron la cuenta atrás del proceso y se alejaron del laboratorio para situarse en el centro de donde hacía mucho tiempo se ubicó el Puente de Carlos III. 


Escucharon un estruendo ensordecedor. El cielo se iluminó de un resplandor cegador. Sol y Luna se sucedieron de forma tan vertiginosa que simularon habitar el mismo tiempo. Las estrellas pasaron de ser puntos aislados de luz a sendas fúlgidas que se extendían a lo largo de todo el horizonte hasta simular acariciar el suelo en un viaje infinito y eterno.


Desviaron después la mirada hacia el Centro Histórico de Miranda. De forma milagrosa, los edificios se creaban y derrumbaban en apenas unos instantes. Como sombras que vagaban por el tiempo, sus habitantes aparecían y se desvanecían, resumiendo sus vidas en unos pocos segundos, como si el tiempo se les escapara de las manos, naciendo, creciendo, envejeciendo y muriendo de forma fugaz a sus ojos para volver a iniciar el mismo proceso miles de veces.


De pronto todo se detuvo. En la montaña, un castillo que aseguraba el control de los accesos a la ciudad. En la lejanía avistaron a un gentío de comerciantes de diversa procedencia que se dirigían hacia la entrada al Centro Histórico. Ara y Seddon se despojaron de sus trajes antinucleares, los escondieron en un lugar seguro y se mezclaron entre ellos, ataviados con ropajes de la época. Jamás regresarían a su tiempo. Era aquel un viaje sin retorno, el precio a pagar que asumieron por salvar al mundo.


Era un soleado día de primavera. El monarca castellano Alfonso X había concedido el 27 de noviembre de 1.254 a la villa de Miranda el derecho a la Feria de mayo. Según su voluntad, el primer domingo de ese mes se celebraría una feria que duraría ocho días seguidos, todo ello con la garantía soberana de protección y seguridad en los caminos.  


La Plaza de España revivió como antaño. En los puestos, los mercaderes ofrecían sus mercancías a los viandantes como si la supervivencia de la raza humana no hubiera estado a punto de extinguirse.


Ara y Seddon envejecieron y murieron en Miranda, pero su legado permanece vivo en la ciudad gracias a los leones que custodian el Puente de Carlos III. El tiempo no borraría nunca su recuerdo.


Desde entonces, las generaciones venideras se cuidaron de que el Centro Histórico de la ciudad fuera conservado como se merecía por los sucesivos gobernantes de la villa. Era lo que se merecía por ser el lugar donde se inventó el artilugio que salvó a la humanidad y le concedió una nueva oportunidad de vivir. 


Nunca se olvidaría su mensaje.
 


Autor del texto:
Andrés Alonso Castillo, economista y escritor. Director departamento fiscal oficina de Miranda de Ebro de la red de despachos BK-ETL GLOBAL. Ha publicado cinco novelas. Finalista XXVII Premio de Novela Fernando Lara del Grupo Planeta.


Autor de la imagen:
Miguel Ángel González Ruiz, aficionado a la fotografía, pero su inquietud va más allá, donde el deseo de dar su toque personal lleva a la realización de fotomontajes. El dibujo y la pintura fueron sus aficiones desde niño y la fotografía y su manipulación le permite combinar ambas.

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